Café Doble
Febrero 18, 2022 - 3 min

Rosanna’s Choice

La nueva presidenta del Central enfrentará no sólo un dilema de corto plazo, sino también uno de mediano plazo

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Una de las cosas que más recuerdo desde que me dedico a esta profesión, es el momento en que conversando con un -ahora- ex consejero del Banco Central, me dijo: “Los ajustes se hacen de a 25 puntos base; los 50 puntos se reservan para situaciones excepcionales”.  Aquello fue fundamental para adelantar suficientemente bien casi todos los movimientos realizados por el Central a la fecha, incluido aquel realizado para contener un desanclaje de expectativas, por allá por marzo de 2011. 

Menciono lo anterior para que el lector entienda que lo que estamos viviendo ahora es “un poco” más que excepcional. Hemos sido testigos de uno de los ajustes más agresivos de política monetaria de los últimos años. De hecho, el más importante desde que la actual institucionalidad económica está presente en el país, dígase tipo de cambio flexible, tasa de política monetaria nominal, esquema de metas de inflación y regla fiscal. En las últimas tres reuniones, el Consejo del Banco Central ha decidido aumentar la TPM en 125 pb (dos veces) y, en la más reciente, 150 pb, para dejar la tasa de instancia en 5,5%. O sea, en poco más de siete meses, hemos observado un alza de nada más y nada menos que de 500 puntos base.

Las perspectivas en lo inmediato no avizoran una situación muy distinta. El mercado se debate entre 100 y 150 pb de incremento para la siguiente reunión (fines de marzo), proceso que continuaría hasta llegar a aproximadamente un 8,5%. Sin embargo, este movimiento sería visto como transitorio, ya que terminando el año en curso, veríamos una normalización de este proceso de contracción monetaria. Esto se materializaría con algunos recortes, situando la tasa rectora en aproximadamente 7%.

En este contexto, la recientemente nombrada presidenta del Instituto Emisor, Rosanna Costa, enfrentará no sólo un dilema de corto plazo, sino también uno de mediano, al tener que elegir entre la estrategia de salida que está adelantando el mercado y una más convencional. Ambas tienen pros y contra -como todo- y su elección dependerá de cómo se sopesen los riesgos por parte de los integrantes del consejo (sí, la decisión no la toma sola Rosanna Costa, pero así el título calzaba mejor con la película de Meryl Streep).

El seguir subiendo la tasa, a niveles cercanos o sobre el 8%, sería útil para volver a anclar las expectativas, las que peligrosamente se han mantenido sobre el 3% para un horizonte de 2 años. Además, señalizaría al mercado el compromiso que tiene la autoridad monetaria con su objetivo, lo que iría en la línea de, también reducir las presiones inflacionarias provenientes desde la demanda, esperando que aquellas de la oferta se disipen eventualmente. Una vez solucionados esos problemas, se puede hacer un “fine tuning” monetario, ajustando la tasa a niveles más acorde con los fundamentales, los que según nuestra evaluación hoy requerirían una TPM en torno al valor actual. Sin embargo, entregar este mensaje correctamente podría ser confuso, corriendo el riesgo que se vuelva inefectivo, haciendo que la economía se afecte más de lo deseado, sin haber podido controlar las expectativas inflacionarias y teniendo que revertir fuertemente el ciclo contractivo.

La estrategia más convencional comprendería una o dos alzas adicionales, dejando la tasa en torno a 7% y dejándola inalterada por un periodo prolongado de tiempo (lo que además debe ser comunicado de esa manera con anticipación). Esto permitiría acomodar las expectativas más de mediano plazo sobre los niveles de tasa, que la economía realice un ajuste más pausado y que no se sobrerreaccione a shocks inflacionarios desde la oferta frente a los cuales poco o nada puede hacer el Central. El problema reside en que, si los siguientes registros de IPC no suavizan, las expectativas inflacionarias podrían desanclarse de manera permanente y eso causaría un daño demasiado costoso de revertir, no sólo para el Central, sino para toda la institucionalidad económica del país. Así, quedaríamos con tasas consistentemente más altas, agentes económicos menos sensibles a sus movimientos y, por lo tanto, menor capacidad de suavizar los ciclos económicos.

No está fácil, pero a gusto de quien escribe estas líneas, la primera opción sería más conveniente en este contexto. No sólo porque creo que, más allá de la elevada inflación que tenemos hoy, en el caso de perder el ancla de expectativas, tendríamos un problema de mayor inflación permanente, con todos los costos que eso genera. Además, permite cubrir el riesgo de una demanda que quizás se desacelere más lento de lo que esperamos y que requiera una acción más firme de política monetaria. Finalmente, los costos de comunicar lo anterior al mercado se pueden reducir con una estrategia clara y condicionada al comportamiento que tenga un set de variables definidas. Ahora sólo queda conocer la decisión de Rosanna.

 

Nathan Pincheira 

Economista Jefe de Fynsa