Diciembre 15, 2023 - 3 min

La fiebre del oro (parte 4)

La evidencia muestra que, desde un punto de vista de política pública, con recursos escasos, ser sede de unos Juegos Olímpicos no pareciera ser el mejor negocio

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En nuestra columna anterior, nos preguntábamos sobre los beneficios que potencialmente podrían obtener las ciudades que organizaban unos Juegos Olímpicos, después de que unos Panamericanos exitosos en Santiago abrieran el apetito de dirigentes y autoridades. En una mirada inicial, nos dimos cuenta de que financieramente, y en el corto plazo, pareciera que los costos más que superan a los ingresos, y no por una diferencia menor. De hecho, aún sin considerar ciudades que gastaron mucho más que el promedio (Beijing, Sochi), pareciera que el ratio de ingresos sobre gastos está en el orden de ¼ a 1/3.

Sin embargo, se argumenta que muchos de los beneficios de organizar un evento olímpico se recibirían en el mediano y largo plazo, por lo tanto, la evaluación del proyecto debiese hacerse en un plazo mayor. En este sentido, diversos autores sugieren considerar cuatro tipos de beneficios: (i) el “legado” de las instalaciones, (ii) la mejora de la infraestructura en general para los ciudadanos, (iii) la promoción turística para el futuro, y (iv) el incremento de la inversión extranjera directa y el comercio internacional al dar a conocer el país.

Respecto al primer punto, probablemente sea el más sencillo de desmentir. Existe evidencia de que, en la mayoría de los casos, muchas ciudades quedan con instalaciones deportivas específicas que luego se vuelven una carga muy cara de mantener. El ejemplo clásico es la infraestructura de Atenas, cuyo estado actual no tiene mucho que envidiarle a las ruinas griegas de la ciudad, pero también aquello ha ocurrido en Beijing, en el que el icónico “Cubo de agua” se reconvirtió en un parque acuático público o el “Nido de pájaro”, espectacular estadio en el que se realizó la inauguración y clausura, que luego se ha ocupado en raras oportunidades y hoy se encuentra parcialmente convertido en departamentos. En Londres ocurrió algo similar con el estadio en el parque olímpico, que para evitar se convirtiera en un elefante blanco, se transformó en el estadio del West Ham United. Con un costo inicial estimado de £280 millones, terminó llegando a £490 millones, más £270 millones de reconversión para poder ser traspasado al equipo capitalino, el que terminó pagando por todo eso… £15 millones.

Sobre la infraestructura en general, la evaluación es algo mejor. Las villas olímpicas terminan siendo utilizadas por familias o estudiantes (casos de Atlanta y Los Angeles) y las inversiones en el transporte urbano, como calles, carreteras y transporte público mejoran las condiciones de vida de los residentes. De todas maneras, aunque el evento puede servir como catalizador para realizar estas inversiones, podrían haber sido realizadas de igual manera y sin tener que incurrir en los sobrecostos que la premura de cumplir con los plazos usualmente genera.

La promoción turística de la ciudad en cuestión muestra evidencia algo mixta. Algunas efectivamente han aumentado de manera permanente el flujo de turistas en los años previos y posteriores al evento (en la columna anterior vimos que en el corto plazo los efectos son más bien neutros o incluso negativos), controlando por ciudades similares o por el aumento en país como un todo. Sin embargo, esto es muy dependiente del potencial que la ciudad tenía previo al evento (como Barcelona o Salt Lake City) y no se observa en ciudades que ya contaban con un importante flujo turístico (Londres) o aquellas que más allá del evento, no tenían mucho más que ofrecer (Lillehamer o Calgary). 

Finalmente, en promedio, sí se observa un incremento de la inversión extranjera directa y del comercio internacional en los países cuya ciudad albergó una cita olímpica. Mediante métodos estadísticos, se ha mostrado que el incremento de las exportaciones llegaría al 20%, mientras que todas las variables de la demanda interna evidenciarían alzas no solamente en los años venideros, sino desde 2 a 5 años previos a la realización del evento. Sin embargo, también se observa que, al integrar al cálculo a las ciudades que postularon, pero no fueron elegidas, la diferencia en las mejoras se reduce casi a cero. Por lo tanto, pareciera ser que lo importante para la inversión y el comercio no tiene que ver con ganar o no la sede, sino con las características previas que tienen las ciudades que optan por postular a serlo (que en economía llamamos “sesgo de selección”). Es más, al repetir el ejercicio, pero controlando esta variable, se concluye que el efecto sobre el comercio y la demanda interna es nulo.

El lector debe pensar que soy lo más anti olímpico que hay, lo que está lejos de ser el caso. Pero la evidencia muestra que, desde un punto de vista de política pública, con recursos escasos, ser sede de unos Juegos no pareciera ser el mejor negocio. Sin embargo, sistemáticamente vemos muchas ciudades postulando y cada vez teniendo más ganas de poder organizar la cita deportiva. En nuestra próxima y final entrega, revisaremos entonces qué está detrás de ese entusiasmo.  

 

Nathan Pincheira

Economista Jefe de Fynsa