El negocio inmobiliario que por años fue el pilar del patrimonio familiar, ahora atraviesa tiempos difíciles. Los ingresos por arriendo han disminuido, la plusvalía se ha estancado y vender ya no es tan fácil como antes, debido a las circunstancias económicas actuales.
O tal vez, la familia tenía un portafolio accionario muy activo que había mostrado un buen rendimiento, pero el mercado cambió drásticamente debido a alguna de las recientes coyunturas globales. Ahora, esas apuestas arriesgadas generan más dudas que certezas.
Pero también puede pasar al revés: la familia se mantuvo demasiado conservadora y dejó pasar oportunidades únicas, como las que ofreció la tecnología con Magnificent 7 (grupo selecto de grandes empresas tecnológicas en EE. UU.), o en el contexto local, decidió mantenerse 100% en pesos en un periodo donde la renta variable internacional tuvo desempeños increíbles.
Cuando esto sucede, las reacciones suelen ser inmediatas: “¿Por qué se tomó esta decisión? ¿Quién nos metió en esta inversión? Nos perdimos una oportunidad increíble por no tener un mandato claro; ¿Quién aprobó esa inversión?; Yo no estuve de acuerdo con esto”.
Es aquí donde entra el gobierno familiar. Porque cuando todo va bien, nadie cuestiona nada. Pero cuando las decisiones empiezan a pesar, el problema no es sólo financiero, sino que además familiar.
Separar aguas
En muchas familias, la gestión patrimonial recae en una sola persona. Esta figura, que suele ser un líder natural o simplemente quien asume la responsabilidad por default, no tiene mayores cuestionamientos mientras las cosas van bien. Sin embargo, cuando surgen resultados inesperados, esta persona se convierte en el centro de todas las críticas.
¿Por qué esto es un problema?
La solución: Separar el liderazgo estratégico de la gestión operativa
Punto clave: El líder familiar, que generalmente es la persona más involucrada, puede apoyarse en un equipo profesional que explica las decisiones y sus fundamentos. Esto ayuda a evitar tensiones innecesarias y permite que las decisiones se basen en la estrategia, no en emociones.
El peor momento para hablar de gobierno familiar es cuando el problema ya está encima de la mesa.
Muchos posponen la discusión sobre la gestión patrimonial hasta que algo sale mal. Sin embargo, en ese momento las conversaciones ya no son racionales, sino emocionales, lo que dificulta aún más llegar a soluciones efectivas.
Entonces, ¿cuál es el mejor momento para hablar de la estructura patrimonial? Cuando todo está en orden.
¿Cómo empezar antes de que sea tarde?
Acá pequeños pasos que pueden marcar una gran diferencia:
En Resumen: La familia primero, el patrimonio después
Preservar el patrimonio es fundamental, pero preservar la armonía familiar es aún más importante. Un sistema de gobierno familiar no sólo sirve para gestionar los recursos, sino para asegurar que los miembros de la familia disfruten del patrimonio sin que este se convierta en fuente de discordia.
Nelson Haase
MFO Senior Advisor Fynsa