Después del último Informe de Política Monetaria y el alza de 100 pb en la reunión de septiembre, pensamos que el proceso de aumentos en la tasa de interés había entrado en un modo “pausa”.
Los elementos comunicaciones del Central, junto con el análisis de los datos, nos hacían suponer que el consejo se tomaría algunos meses para evaluar mejor la situación, poder magnificar los impactos de las acciones ya ejercidas y, acorde a eso, hacer los movimientos que fueran necesarios.
Sin embargo, luego de esta instancia, la Reserva Federal sorprendió con un lenguaje más agresivo y un discurso que nos hizo remembrar el mandato de Volcker, dejando en claro que la institución iba a hacer todo lo que tuviera a su alcance para derrotar a la inflación. Tras cartón, elevó sus proyecciones para la tasa en el corto y mediano plazo, dejando en suspenso la eventual normalización a niveles más neutrales. Ese movimiento hizo de las suyas en los mercados, no siendo el local la excepción. Estos vaivenes modificaron en parte los supuestos usados en el IPoM de septiembre, lo que requería una recalibración de nuestra propia política monetaria. No tenía que ser un movimiento exagerado, pero sí suficiente para seguir mostrando el compromiso con la meta.
De esta manera, en la reunión de octubre, el Banco Central decidió aumentar la tasa otros 50 pb, en línea con las expectativas del mercado y las nuestras, para dejar la TPM en 11,25%. Esto es, desde comenzado el proceso de alzas, 10,75 pp más alta que el punto de partida, convirtiéndose en la segunda economía que más ajustes ha realizado a su política monetaria. Sin embargo, también expresó, ahora de manera bastante más explícita, que “El Consejo estima que la TPM ha llegado al nivel máximo del ciclo iniciado en julio de 2021 y que se mantendrá en este valor por el tiempo necesario para asegurar la convergencia de la inflación a la meta (…)”. Aunque esto no representa un compromiso, ya que las condiciones pueden cambiar, sí muestra que, con la información disponible hasta el momento, no veremos más alzas y la pregunta, ahora, es por cuánto tiempo tendremos estas condiciones financieras, las que estimamos son las más restrictivas desde el retorno a la democracia.
Al respecto, y considerando los factores que están afectando la inflación y los rezagos con los que opera la política monetaria, creemos que la tasa no se moverá hasta por lo menos el segundo trimestre de 2023. Lo anterior incluso tomando en cuenta la desaceleración económica, los datos negativos de actividad que llevarán casi 6 meses y un escenario externo que no levantaría cabeza.
Sin cifras de precios que comiencen a bajar de manera significativa en su variación mensual, especialmente en el componente subyacente, no vemos espacio para normalizaciones anticipadas.
De todas formas, y quizás por deformación profesional, me cuesta creer que estas situaciones son para siempre, como parte del mercado muchas veces internaliza. Hace un poco más de dos años, el debate se centraba en cómo íbamos a vivir en un mundo con tasas de mercado negativas o en cero, con liquidez casi infinita que no causaba inflación y crecimiento sincronizado. Hoy, los foros se llenan de dudas de cómo transitar en mercados con inflación alta permanente, tasas de mercado por las nubes y economías estancadas. Pueden decir que soy un soñador, pero no soy el único: las políticas económicas funcionan y, eventualmente, volveremos a un equilibrio. No es gratis eso sí, como nada en la vida.